Sunday, March 30, 2008

VELASQUEZ!! (4)





Iba pues, raudo a encontrarme con las pinturas negras de Goya. Pero El Prado Anunciaba una exposición sobre “Los mitos de Velásquez” que estaban en la parte central a la cual pasé para dirigirme hacia las obras del “Gran sordo”. Como dije, pensaba que Velásquez ya era para mi “pan comido”. Pero al pasar frente a “La Fragua de Vulcano”, un ramalazo de luces y colores me golpearon, al ver aquellos cuerpos jóvenes semidesnudos y la acción que reflejaba el cuadro como una pieza de teatro y una imagen que la mejor fotografía no superaría nunca. Quedé atónito, atrapado en aquel cuadro. No pude dejar de mirar la composición perfecta, las poses de los jóvenes “sevillanos” que, en un taller de alfarería, con sus bellos cuerpos bien proporcionados y deslumbrantes, como dioses y semidioses que se suponen, me dejó sembrado al piso. Velásquez me aparecía de nuevo transmitiéndome una emoción muy fuerte. Pocos pintores me atrapan así -ni siquiera más tarde Rubens en Bruselas que re-visité también y que me gusta pero cada vez menos -. Desde niño ha ejercido en mí una gran influencia y estímulo para pintar, ya que Velásquez no solo es universal sino que su apariencia es de una gran sencillez. Cualquiera lo entiende y lo disfruta.¿Qué decir de Velásquez, cuando se supone que casi todo está dicho? Por lo pronto solo gozarlo, contemplar en silencio y emoción aquella obra monumental y repasar nuevas miradas y conceptos sobre este Maestro, ya que es una obra paradójica. Empezando que se puede creer que ya todo esta dicho, sin embargo cada época y persona sensible al arte, encuentra nuevas cosas, nuevas miradas. Velásquez no se agota nunca.

Al contrario de los filósofos que como Heidegger lo importante es la pregunta, en al arte del sevillano son las respuestas dadas, las que nos con-mueven. En otras palabras Velásquez resuelve magistralmente, no solo las preguntas, que desde la estética se le puede hacer al mundo moderno- más que barroco- sino además, al ir más allá, llega hasta hoy en día sin agotarse. La coherencia y fuerza de su obra al tocar las fibras humanas más recónditas, por eso nos produce diversidad de emociones y aún arrebatos. Velásquez habla a todos los hombres desde un mundo moderno. Si se quiere meter a esta obra en conceptos, podríamos sintetizar la idea diciendo, que a nuestro humilde juicio, Velásquez es un Moderno que se inspira en una mirada humanista profunda y sincera. Es decir sin artificios, sin abandonar una idea de la realidad desde lo natural y terreno. Curiosamente son los colores tierra los que predominan en su paleta.

Si bien Velásquez perteneció a su tiempo y fue un testigo fiel del mismo, sin embargo logra llegar hasta hoy en día ya que hay unos principios que lo rigen y a los cuáles siempre fue fiel. Por ello en su obra hay un permanentemente ascenso, sin sobresaltos, ni giros, ni digresiones. Desde sus pinturas tierra-tierra, “oscura” de sus inicios, hasta su época italiana y con un final desenvuelto y magistral, hay todo un proceso coherente y lúcido que no se traiciona nunca. Este gran sevillano domina a la perfección el oficio y el lenguaje creando situaciones y acciones estéticas que enseñaron y guiaron a varias generaciones hasta hoy en día, pasando por el mismismo Goya, hasta llegar a Manet y los impresionistas.

Resaltar algunos de esos principios que hacen parte de la escuela velazqueña, nos permite sintetizar la impresión de su obra en mí sin pretender decir todo, sino dejar el testimonio de mi visita al gran maestro. Hay una idea de realidad presente en toda la obra. Es una realidad natural y terrena. No es una realidad metafísica y “trascendente” que busca plantear problemas ontológicos desde un concepto de realidad - Heidegger y existencialistas- sino que la realidad se hace más terrena en la medida en que la idea es concreta y específica. Es ese tipo de realidad que hace que Velásquez ilustre su visión de la estética, de sus personajes desde el mundo real en que vive y actúa, sin afeitarlos, ni “endiosarlos”. Por eso sus personajes son de un lado la realeza, con todo lo que ello significa y expresa a partir de sus miradas, sus poses y sus gestos y de otra parte el pueblo raso, en un gran alarde de gestos que explota a la perfección el artista que con su ojo magistral “retrata” su época y nos da el testimonio de la misma, sin llegar a los excesos o a los gestos equívocos de engrandecer u opacar.

Es de su entorno donde se marca la idea de espacio y tiempo. Siendo un espacio socio-cultural e histórico, todo referenciado en la España de su época, el tiempo es el eje fundamental a través del cual se entiende la particularidad de la representación de Velásquez. Ya que el tiempo son dos cosas a la vez: es el de la acción precisa y concreta, como se ve en cada cuadro y esa acción que marcadas en figuras o cuerpos que “hablan” o se expresan a través de las miradas, de los gestos, de las manos, de las poses de los cuerpos, creando una gran tensión en un momento dado y específico. Velásquez entiende el tiempo como algo fugaz que se capta en un instante, y en un momento preciso. El instante como un ahora y aquí que se transformará en algo que nos deja en suspenso y sobre el cual no podríamos decir más allá de lo que vemos, sino que en el futuro esa acción ya no será y ese momento desaparecerá. Esa idea del momento como acción e instante nos lleva a comprender la “magia” y el virtuosismo del maestro ya que para logar esa combinación espacio/tiempo en una gran tensión de gestos que marcan acciones, solo los logra como un gran escenarista. La puesta en escena de sus personaje, para narrar un mito, por ejemplo “La fragua de Vulcano”, o una situación específica como “Las meninas”, es obra de un gran “dramaturgo”, de alguien que sabe crear el escenario, a partir de una perspectiva basada en la situación y espacios que ocupan los personajes y las cosas, para crear no solo un efecto de luces y sombras sino la tensión que crean las situaciones,- dramáticas o cómicas-, representadas, donde se corre la cortina para que el espectador vea y quede involucrado en ese mismo drama o comedia. Y es que el personaje que corre la cortina del cuadro para que se vea, como en “Las Hilanderas”, nos está involucrando y desde la mirada nos hace partícipe de la acción que en ese momento se desenvuelve ante nosotros.



Y como lo demostró magistralmente Foucault en “Las palabras y las cosas” al renovar la lectura de La meninas, Velásquez no pinta solamente su tiempo, sino que nos pinta a nosotros mismos como seres humanos en todas nuestras miserias como en todas nuestras posibilidades en un mirada humanista profunda, terrena y altamente positiva ya que Velásquez, me atrevería decirlo creía en el ser humano y por eso su obra es tan apreciadaza y valorada. Honor al gran Maestro y si usted amigo mío, que de casualidad lee estas líneas lo invito a que mire esa obra en silencio y ad-miración y al final quizás se reconcilie con usted mismo y con la alegría que nos proporciona el arte.



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