Saturday, March 17, 2007

La Deriva: Andrés Caicedo

(Para Nicolás…)

"...escribir aunque mal, aunque lo que escriba no sirva de nada que si sirve para salir de este infierno (ja, ja) por él voy bajando, que sea la razón verdadera por la que he existido..."
(Carta a Carlos Mayolo)

Hace 25 años, un adolescente se suicida en Cali, el mismo día que es publicada su novela “Que viva la Música” y muere sin conocer las consecuencias que tuvo su obra. Hoy en día, cuando ya hay mucha agua que corre bajo el puente, bueno es hacer un pequeño balance.

La idea central que propongo sobre Andrés Caicedo es esta:
“Que Viva la Música”, lo mismo que toda la obra de este autor, establece una deriva en la cultura oficial colombiana y es eso lo que trataremos de vislumbrar. Es más que una novela de un adolescente que lanza una piedra, se vuelve un gran petardo y termina como una bomba, abriendo un boquete en los muros de la oficialidad literaria y cultural. Boquete por donde han de salir bocanadas de aire fresco, para que la literatura y las artes en Colombia, petrificadas en lo que se llamó: “realidad maravillosa”, sobrevivan al boom Garcíamarquiano.

Argumentos:

La novela y la obra de Caicedo tienen un aire regional, basadas en Cali y su Contexto. La cuestión de lo regional, plantea una serie de problemas que encuentran su solución en la “postmodernidad” y en la literatura contemporánea. Se trata de analizar cómo lo regional, o lo local, se vuelve una totalidad o una cosmovisión. Creando un universal o un “mundo” justificado en sí mismo y en sus propios elementos.

Caicedo realiza una obra desde “la región” como contexto de su existencia, buscando no dejarse ahogar por ella, sino superarla, desde su interior y recogiendo sus elementos característicos. Sin evasiones, ni escapadas a un intelectualismo abstracto o artificial. Su contexto está enmarcado en su Cali, no Cali “la bella”, sino la panóptica, la que cierra y ahoga toda aspiración a una estética para la vida, especialmente para las nuevas generaciones, desamparadas y sin horizontes. "Maldita sea. Cali es una ciudad que espera, pero no le abre las puertas a los desesperados" (“Piel de verano").

Por eso su trabajo intenso, no sólo en la literatura sino en el cine, la música, la poesía y las artes en general, lo convierte hoy en día, 25 años después de su muerte, en algo más que un icono para adolescentes o una moda pasajera.

Su sinceridad brutal, su transparencia y valor para hacer tal gesto - no olvidemos que fue también actor- unidos a su amor por la literatura y las artes, lo hace traspasar el tiempo y la región y se vuelve cada vez más una obra indispensable para entender no sólo lo que pasa y ha pasado en Colombia en la literatura en los últimos 25 años sino en la cultura en general.

Posiblemente no se ha dicho todo sobre Caicedo, sobretodo cuando se vuelve una moda, un fenómeno de consumo de masas. Y el mercado lo consume desde la anécdota, desde lo visible y desde allí se pueden hacer retratos e íconos que lo traicionan. Sobretodo que, como siempre ocurre en estos casos, el autor - nos atrevemos a decirlo- de alguna manera, no era consciente de los alcances de su obra y de la medida de su trascendencia. Aunque como icono, Caicedo ejerció una enorme influencia en los hijos de los padres de la década del 60. Pelo largo como mujer, gafas negras, amor al cine y la rumba. Cuantos padres no sufrieron por ese pelo largo y le daban miedo que en ese símbolo se anunciara la homosexualidad y la pérdida de los valores machistas

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Al analizar la obra de Andrés Caicedo, nos enfrentamos a dos ejes fundamentales que están unidos como el anverso y reverso de una misma hoja. De un lado el carácter estético, no solamente literario, y de otro el carácter “generacional” o histórico.

Casi siempre la obra de Caicedo se ha reducido a lo puramente literario, sin embargo creo que si lo entendimos bien su ambición iba más allá: establecer algunos mojones de estética, que él abanderaba como “vanguardia” o portaestandarte de su generación. Aquí el giro es marcado: se busca no una filosofía, como forma de una verdad, sino un concepto de lo bello que se alimenta de lo feo, para construir una estética.

Y es una estética con minúscula, no la Gran Estética, digamos metafísica, ya que de eso no se trataba. Una estética que se construye desde las vivencias diarias en el rock, la salsa, los boleros, el cine, el teatro y la literatura. Todo lo lleva a la permanente rumba, al teatro, al “toque con la mariguanita” y un poco de otras hierbas, un vivir agitado, a mil, saltando de un proyecto al otro en una búsqueda permanente y angustiada por todo lo nuevo, lo rápido, lo ligero como su personaje central: la rubia joven, con su pelo suelto azotando el aire, al vaivén de su cintura, buscando atraer los muchachos, que se pasea por las calles de Cali, rodeada de adolescentes y andando sin rumbo fijo a la búsqueda de cualquier acontecimiento que rompa la monotonía. De ahí que, por momentos, el relato pierde fuerza y aún sentido. El papá de Caicedo en un momento le pregunta por qué “escribe tanta bobada”, para lo cual pareciera no tiene respuesta, y da la impresión que es conciente de ello y eso mismo lo angustiaba.

Literariamente allí está el gran valor de estas obras de carácter contemporáneo y post. Eso mismo, como problemática, lo encontramos en autores como Bolaño que antes analizamos, pero con diferencias de estilo y soluciones. Es el afán del escritor por encontrar un estilo y una técnica narrativas, apropiados a los tiempos de hoy. De “tener el tiempo de decirlo si no todo, por lo menos señalarlo”, dentro de un estilo que capte la rapidez de los tiempos, lo efímero y la falta de un sentido de existencia enmarcada en el quehacer diario, en el cual el futuro no existe o es problemático.

Es en el ahora y aquí, entendido como el momento donde se juega todo. En ese ahora y aquí está tanto el futuro como el pasado. Como dice en su autobiografía “Aquí le he cogido pánico a la idea del “otro día”, el mañana será otro día no vale para mi” (p.59). O como reitera la heroína de “Viva la Música”: “Me llevaron y me sentaron y me calmaron, y yo pensé, cuando ya la música sonaba: “Esto es vida”. De allí en adelante mi vida ha sido una aceptación-prolongación consciente, lúcida (para apropiarme de la palabreja) de ese breve pensamiento.” (V.L.M. p.41). Pero así como no hay futuro, tampoco hay pasado: “¡Pero si no tengo pasado! Mi pasado es lo que haré este día”.

Si el estilo es el hombre, no podemos pedirle a un adolescente que cree grandes relatos y tesis sobre un mundo Ideal y Moral, que justamente se rechaza y contra el cual se lucha. Lo que le abonamos es su gran sinceridad y valentía de mirarse al espejo y decirnos: eso somos. En su biografía nos lanza esta afirmación como un puño cerrado en el rostro: “Ellos nunca me han tomado en serio una vez que fui creciendo y fui descubriendo los motivos por los cuales tenía que rechazar su cuidado, ese que ahora no digamos necesito, ese que ahora añoro porque en él está la clave de cómo comencé a perderme; nunca han tomado en serio mis escritos” (ECV p 56).

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Si reflexionamos sobre esta ultima afirmación, por medio de ella podemos ir derecho a entender acerca del carácter cultural, histórico y aun político. “Que Viva la Música” es un manifiesto político-cultural de los adolescentes de las décadas posteriores a “Mayo del 68”, sin renegar de él y sus valores. Toman esa rebeldía y son concientes del sistema de explotación - véase el reproche de Caicedo a su padre que “se dejó explotar” -, son concientes de las diferencias sociales y sin embargo se separan de los 60 y de lo que sus padres puedan representar de ello, sin resentimientos, para no ahogarse en ese paso y poder ser a través de su búsqueda y creaciones estética. Caicedo no evade el problema político, ni la situación del país. Su heroína es conciente que mientras ella rumbea y se droga, en las calles “la gente está definiendo la situación del país”. Además enmarca su existencia dentro de los grupos que se forman En su entorno en el cual dice, con algún complejo de culpa, que “dejo de asistir a las sesiones de “El Capital” y ve a los marxistas, serios y respetables pero les reprocha su aislamiento, su no “participar de esa cultura”, la del movimiento, el agite, la rumba, la calle, las noches bohemias: “El de conciencia social tenía que atravesar el sector bajando la mirada, yendo a hundirse en sus libros y a la cama temprano” (
V.M. p.36). De igual manera el reproche para los intelectuales, poetas y bohemios… “para no hablar del intelectual que se permitía noches de alcohol y de cocaína hasta la papa en la boca, el vómito y el color verde, como si se tratara de una licencia poética, la sílaba no-gramatical necesaria paya pulir un verso”(p 36). No son pues ellos los que representaban los tiempos y sus cambios, así fueran lúcidos e inteligentes. Eran los de abajo, los que en su agite no se dejaban sacar de la rueda de la historia y están ahí como símbolos de su tiempo: “No, nosotros éramos imposibles de ignorar, la ola última, la más intensa, la que lleva del bulto bordeando la noche” (VM p.36). Y para rematar esos testigos están representados en esos que ocultamos para no ver: “Los viejos que eran viejos, y otros, aún inteligentes, no salían de la certeza de que cuando llegara la hora de evaluar esa época, ellos, los drogos, iban a ser los testigos, los con derecho al habla, no los otros, los que pensaban parejo y de la vida no sabían nada...” (VM. p.36).

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Sintetizando todo lo dicho lo podemos decir en estas breves palabras.
El genio de Caicedo consistió en haber avizorado, desde la región, - “Cali calabozo” o “Caliwood” - región que se convierte en un Calidoscopio, para ver la realidad variada y múltiple en sus infinitas transformaciones. Es desde esa mirada plural que puede vislumbrar los signos secretos del tiempo que venía y anticiparse a su mundo, denunciándolo desde una gran sensibilidad estética que se tradujo en una obra breve pero profunda. Con él un grupo de iconoclastas como el malogrado Mayolo sentaron las bases estéticas y éticas de una generación "post" que encontró en las imágenes poéticas, cinematográficas, pictóricas, musicales, los signos y símbolos de esa cosmovisión. Imágenes plurales, abiertas, caóticas y con un sentido paradójicamente vital en la violencia de su erotismo, que en su esfuerzo titanesco - tomar el mundo desde la región - agota y lleva a la muerte. Caicedo y ese grupo abrieron las puertas a ese gran mundo a nuestros hijos y a través de ellos a nosotros mismos. Gracias a ustedes muchachos los "viejos" no lo somos

Bibliografía

Primeras piezas dramáticas: “La piel del otro héroe” y “Recibiendo al nuevo alumno”. Montó piezas como “La noche de los asesinos”, de José Triana y “Las sillas”, de Eugenio Ionesco; también adaptó al teatro Moby Dick, la novela de Hermann Melville.
Escritos
*Angelitos empantanados (cuentos) *El atravesado *Destinos fatales
*¡Que viva la música! (1977)
*El cuento de mi vida (2007)
*Guiones de cine; fundó y dirigió (junto con Luis Ospina, Ramiro Arbeláez, Hernando Guerrero) el Cine-Club de Cali que funcionaba primero en la sala del Teatro Experimental de Cali (TEC), después en el Teatro Alameda, y finalmente en el San Fernando.
Revista: “Ojo al Cine”, que se convertiría en 1974 en la revista especializada más importante del país
* En 1969 Caicedo escribió siete versiones del cuento "Los dientes de Caperucita", ganador del segundo premio del Concurso Latinoamericano de la Revista Imagen de Caracas.
* En 1972, el relato "El tiempo de la ciénaga" fue laureado en el concurso Universidad Externado de Colombia de Bogotá.
Se preparan otros manuscritos que se han encontrado y que su familia ha dejado en manos de la Biblioteca Luis Ángel Arango

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